giovedì 20 dicembre 2012

Monjes Benedictinos

La mia foto favorita de siempre, jamás publicada.



Todo fotógrafo sabe cuanto es importante (y a veces difícil) la edición de su propio trabajo. Por suerte contamos con editores que con sangre fría y destaco nos solevan de la culpa de abandonar a nuestras criaturas más amadas. Lamentablemente,  este sistema también empuja al olvido y la ignominia cientos de excelentes fotografías que jamás verán la luz. Un sistema darwiniano y necesariamente cruel. Así es la vida.

En más de una oportunidad, ha sucedido que fotos que me representaban perfectamente nunca encontraron espacio, desplazadas por otras que yo retenía de segunda selección.

Apenas llegamos al monasterio de Los Toldos nos recibió el Abad y yo ya estaba escaneando cada detalle que me portara a realizar la mejor foto del mundo. Realmente la necesitaba: venía de un par de notas que por falta de tiempo, coordinación y cansancio las retenía mediocres y me pesaban. Caminé un par de pasos hasta una humilde habitación que se levantaba aislada del resto. Un susurro en forma de plegaria se filtraba desde su interior. Y allí estaba la foto, esperándome. Antes de hacer clic, ya la sentía mia. 


Me había preparado para una foto así, en las sombras, desde que había cargado mi cámara con diapositiva Fuji Provia  ISO 400 para luego forzarla +1 push en el revelado.  Diafragma abierto durante medio segundo a mano alzada, conteniendo la respiración. Codos clavados en las rodillas, sereno... Llamenlo Foto Zen si quieren.  Era todo lo que hacía falta para trazar en la oscuridad dos pinceladas de rojo y verde con los primeros rayos del alba que entraban por los vidrios colorados de la ventana.
Para cuando el monje volvió de sus meditaciones, pocas presentaciones podía hacer: La regla de San Benito impone el silencio. Sonreí y lo seguí por los claustros como un fantasma siguiendo a otro a otro. Nadie me detuvo. Y así estuve deambulando todo el día. En la misa, en la huerta, en el comedor… En la biblioteca encontré otra imagen que me parecía salida de El Nombre de la Rosa.

Otra gran favorita, descartada.


Al final de la tarde y minutos de dejar la abadía, dos monjes en un pasillo del claustro llamaron mi atención. Se comunicaban con susurros muy leves y gestos. En el fondo, una virgen pintada en un mural los bendecía. ¨Es banal,¨ me dije a mi mismo. Demasiado obvia¨ Luego lo pensé de nuevo y la hice con cierta reticencia, poco convencido y consapebole que durante todo el día había realizado fotos mejores.  Pero vamos,  no estaba mal… la distribución de los sujetos daba bien para apertura.. Hacela, Fer. Una foto más.

El hecho fue que al final esa foto se fagocitó todas las demás. Como intuí, fue apertura a toda página. Para colmo, había un detalle que despertaba mucha curiosidad y era que uno de los monjes lucía unas zapatillas muy modernas bajo su hábito. La nota contó con un espacio más que generoso y llegaron a publicar 10 fotos (!) algunas a cuarto de página: Monjes haciendo vino, recolectando miel, en fin, una cobertura completa de la vida en un monasterio de clausura. 10 fotos. Tantas...menos esas dos que eran mis favoritas. Muchos me felicitaron por esa nota y particularmente por la foto publicada y hasta algunos lectores de Gente me hicieron llegar su reconocimiento en redacción. Al final del año la foto fue reconocida con el Pleyade como foto del Año y meses después recibí otra premiación similar.

Y como ya se lo imaginarán, mientras todo esto sucedía dentro de mi mente una pequeña voz me decía:  ¨Ok, pero las otras eran mucho mejores... Esta me mató mis favoritas!¨

Una curiosidad más: Con el tiempo me volví amigo del monje de las zapatillas. Un día lo rajaron de la congregación. Solo y abandonado, paró en mi casa. Mi abuela le cocinó y él pudo finalmente charlar hasta por los codos con todos nosotros.  Siguió su camino errante de paria sin fe hasta el Paraguay donde coqueteó con la muerte tirado en una camilla de hospital.  Más tiempo pasó hasta que recibí su última carta desde Brasilia: Ahora dedicaba su vida a los necesitados, había recuperado la fe y retomado los votos. Es el mejor sacerdote que conozco. 


La carta que recibí del Monje de las Zapatillas.


martedì 11 dicembre 2012

Aborígenes Argentinos

Su nombre era Sebastián. Pertencía a una comunidad wichi del norte argentino y jamás lo volví a ver. Si hoy quisiera mandarle una carta o comunicarme con él nisiquiera sabría donde hacerlo. Probablemente no tenga acceso a internet para leer estas líneas. Y ahora que bien recuerdo, tampoco sabía leer ni escribir.

Tal es el abandono que sufren los aborígenes en el Norte del país. Los indios.  

Prefiero llamarlos respetuosamente indios, para evitar caer en el eufemismo de ¨pueblos originarios¨. Seguramente este último término es más apropiado, pero como ya fue tan manoseado por los políticos de turno,  prefiero al menos tomar distancia evitando la hipocresía de los tecnicismos políticamente correctos. 
Wichis, mocovíes, chañés, qom, kollas, guaraníes, mapuches: Por dondequiera que haya estado a lo largo y a lo ancho del país, siempre encontré esa mirada triste y resignada de aquellos a quienes les han sacado todo; arrastrando una dignidad quebrada, sin siquiera poder protestar porque los cagan a palos. 

Esta nota la hice hace más de 10 años atrás y fue publicada en un artículo de La Nación Revista que metía en evidencia el grado de precariedad y abandono en que estas comunidades viven sumergidas. 
Era lo mismo dos años atrás y el diario de hoy me recuerda que las cosas siguen igual. O peor.



martedì 4 dicembre 2012

Salman Rushdie







On 14 February 1989  Salman Rushdie was contacted by a BBC journalist and told that he had been ’sentenced to death’ by the Ayatollah Khomeini. Under the iranian leader point of view, his crime was to have written a novel called The Satanic Verses, which was accused of being  ‘against Islam, the Prophet and the Quran’ and it was more than enough to order a fatwa against the writer. It was the very first time  in modern history that a government of a country openly sentenced to death a single citizen from another. 

Forced to move from house to house, with the constant presence of an armed police protection team, he was asked to choose an alias that the police could call him by. Joseph Anton was his choice from the writers he loved most: Conrad and Chekhov. 

This is also  the name of his last book, a memoir from these days and I was lucky enough to meet him for a portrait session during a presentation of the book in Milan.